Tantas
veces he intentado empezar a hablar, y no encontraba las palabras. Tantas veces
he querido tocar y no sentía nada. Tantas veces he querido sonreír, y no
encontraba motivos. Cuantas veces te he mirado y he muerto un poco más. Cada
persona es diferente, ni mejor ni peor, y te marca de distinta forma. Sin
embargo, llega el momento en el que conoces a esa persona que no te marca,
directamente te cambia. Cambia tu forma de ser, de sonreír, de hablar, incluso
de sentir. No tiene porque ser la persona con la que quieres pasar el resto de
tu vida. Ni tampoco tiene que ser aquel que dice amarte. Puede ser cualquiera,
cualquiera capaz de hacerte sentir tu mismo. La persona con la que todo fluye y
no hacen falta sonrisas falsas ni momentos incómodos. Siempre la he tenido
delante de mis narices y nunca me había dado cuenta. Es mi madre. Esa persona
que me dio la vida. Esa persona que esta ahí cuando mas la necesito aunque yo
no me de cuenta. Que me cuida sin que yo lo sepa, y que reza por mi felicidad.
Esa persona por la que no mataría, pero si moriría. Porque no hay nada como una
madre. Nada como mi madre.